La privacidad como bien pulico

La privacidad como bien público




La privacidad como bien público

La privacidad como bien publico

Se habla de la paradoja de la privacidad, que consiste en que muchas personas manifiestan su preocupación por la falta de privacidad en línea, pero comparten ampliamente sus datos personales en Internet y cuando utilizan dispositivos conectados. Esto plantea la cuestión de por qué no tomamos medidas para proteger nuestra privacidad incluso cuando decimos estar preocupados por la falta de privacidad.

Se ha propuesto que los usuarios de Internet son ingenuos y no entienden cómo se utilizan sus datos. Esto quizás era cierto en los primeros años de las redes sociales, pero la conciencia del uso de los datos por parte de las empresas tecnológicas ha mejorado mucho. Por tanto, ya no se puede invocar la ignorancia para explicar la paradoja de la privacidad.

Una idea más útil ha sido propuesta en un reciente artículo de Acemoglu, Makhdoumi, Malekian y Ozdaglar.[1] La idea es que la privacidad es un bien público: cuando una persona protege sus datos privados, protege también la privacidad de otras personas.

El intercambio de datos como externalidad

Cuando compartes datos personales con una empresa, revelas información no solo sobre ti, sino también sobre otras personas que son similares a ti. Por ejemplo, cuando Amazon hace un seguimiento de mi comportamiento en su plataforma, aprende algo no solo sobre mí, sino también sobre los gustos de los académicos de las finanzas (que no voy a compartir en este artículo, ¡es nuestro secreto!) Esta información es útil para prever el comportamiento de otras personas con características similares y mostrarles contenidos específicos.

Los economistas tienen un término para este tipo de fenómeno: la decisión de proteger o no sus datos personales crea un externalidad sobre otras personas porque sus datos se utilizan para entrenar algoritmos que se aplican a otras personas.

La noción de que la privacidad genera una externalidad es útil porque nos obliga a pensar si la externalidad es positiva o negativa; es decir, si compartir datos personales es beneficioso o perjudica a otras personas.

Por ejemplo, si una biotecnología que desarrolla la detección del cáncer de pulmón basada en la inteligencia artificial dispone de una mayor base de datos de exploraciones pulmonares, podrá desarrollar un mejor algoritmo para detectar el cáncer de pulmón que beneficiará a futuros pacientes. En este caso, cuando las personas consienten la inclusión de sus exploraciones pulmonares en las bases de datos utilizadas para la investigación médica, ejercen una externalidad positiva en la sociedad.

Pero la externalidad de los datos también puede ser negativa. Por ejemplo, cuando la información sobre las personas se utiliza para la publicidad política no transparente, la mayor capacidad de los algoritmos para dirigir dicha publicidad es perjudicial para la democracia.

La abundancia de datos en manos de unas pocas empresas también puede ser perjudicial para los consumidores. El acceso privilegiado a los datos por parte de las grandes empresas tecnológicas puede desnivelar el terreno de juego con respecto a otras empresas e impedir la entrada de nuevos actores, perjudicando a los consumidores en forma de precios más altos y menos innovación.

Regulación de datos

Entender las externalidades de los datos es clave para determinar la forma correcta de regular las empresas tecnológicas. Europa ha dado un primer paso con el RGPD al reconocer que la ley debe facilitar a las personas la protección de su privacidad en línea.

Sin embargo, el marco del GDPR no aborda el hecho de que la privacidad no es solo un bien privado, sino también un bien público. La autorización de la adquisición de Fitbit por parte de Google por parte de la Comisión Europea demuestra que las autoridades de la competencia siguen adoptando una postura blanda ante el riesgo de externalidades de datos negativas.

 

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